viernes, 19 de febrero de 2010

Concurso de cuento contra el golpe, Honduras

Reunidos, chat mediante, Carlos Rodríguez, Gustavo Campos y Giovanni Rodríguez, miembros del jurado calificador del I Premio de Relato Corto mimalapalabra 2009, y habiendo releído y evaluado los cinco trabajos finalistas (de entre un total de 15 relatos recibidos de 12 participantes), decidimos otorgar el premio al relato titulado “¡VAE VICTIS!”, presentado con el seudónimo Antonio López por el autor José Raúl López Lemus.
Consideramos que el relato “¡VAE VICTIS!” refleja muy bien, a través de un episodio amoroso de sentimientos encontrados, la actual situación política de Honduras (tal como se especificaba en las bases del premio), en la cual todos se ven, en determinado momento, forzados a participar de la manera que sea en eso que se llama realidad, con un personaje que aunque siente que “la libertad a veces se parece al amor”, no está dispuesto a dejarse engañar y a quedarse ahí, con su novia, partidaria de aquello a lo que él se opone, mientras “afuera llueve sol y hay gritos”, porque él no quiere ser de los verdaderos vencidos, los que han escogido “la servidumbre y la comodidad”.
A pesar de que la participación en el premio no fue precisamente abrumadora y a pesar también de las condiciones en que decidimos llevar a cabo esta idea, ha resultado gratificante hacerlo y confiamos que para la próxima edición, que será convocada el 2010 en otro género y con libertad temática, estaremos ya consolidando el Premio mimalapalabra como una alternativa más a la escasa oferta de premios literarios en Honduras

¡VAE VICTIS!

Mi novia está allí adosada a la cama. Su torso refulge entre el claroscuro del rincón, ¿Está desnuda o no se ha soltado su camiseta blanca? Espera infinita, desaliento, resquemor. No se le ve el rostro, pero digamos que sonríe. La postura digna y de refilón, el orgullo de haber recorrido calles, con una bandera a cuestas. Me separan de ella los trastos insufribles de todo cuarto de soltero, sin incluir periódicos como mamparas y los libros. Sí, los libros. Esa montonera de páginas que gritan en la cara de uno muerte y sedición: Kafka de bruces contra la mesita de noche; Benedetti asombrado, suerte de equilibrista, en el lomo del sofá. George Orwell borracho de abandono, contendiendo con el ventilador eléctrico, Coetzee espatarrado entre el desierto del piso...
Bueno, está allí y espera que los gañidos del colchón me arranquen de la ventana.
“Por lo menos deberías encender el TV”, dice. Se encoge y en aquella contorsión percibo el peligro. Una mujer que sabe materializar la veleidad cuando se lo propone. Afuera llueve sol y hay gritos. Una ciudad aprisionada por los propios edificios y hombres encandilados que se corean y alzan los brazos. En el televisor es la misma sensación, un cubo en el que estamos atrapados. Alguien habla: “Uno cree que ya lo ha visto todo, hasta que vienen unos hijos de puta, secuestran por la noche al presidente del país y...”. Finjo mirar hacia la corriente de cabezas que siguen el bulevar, tiznados por el humo de las llantas, aviesos.
¿Qué siento cuando me rodea por la espalda y me besa la base del cráneo? Porque la libertad a veces se parece al amor. Tal vez la hostilidad hacia ella provenga del sudor que produce la camisa impecable que lleva puesta. (Logotipo de una empresa importante, banderita, mínimo slogan). Ojos advenedizos que se imaginan dulces, aliento tibio. “Está bien”. Damos tumbos mientras rodeamos los pertrechos del cuarto porque los cuerpos han perdido la armonía.
La cama ya no gruñe cuando rodamos aunque la caída es aplastante. Un corazón en discordia que cabrea cerquita del cuello, apretarse para que la piel adquiera la llama. El televisor de nuevo: “No es un golpe contra la democracia, es un golpe contra la inteligencia”. Quieren disponer de un país hecho a imagen y semejanza de sus artificios en el que el confort hace bajar la cabeza fácilmente. Distracción para ir creando una nueva realidad con todo y los puntos contradictorios.
Estamos enfrascados, buscando de nuevo las coincidencias. No se trata de la razón o el amor, ella ha escogido la servidumbre y la comodidad, por eso resiente los embates contra lo superfluo de su naturaleza. Los susurros no nos tranquilizan, ni la forma como me toca o la escoriación, por encima se impone el encono; la rivalidad que estriba precisamente en sobreponerse al acto individual. Trata de abarcarme, va acercando su boca, los muslos que atosigan. No sé por qué huyo, me niego a la tortura de su lengua. Huele bien aquella boca que hace pocas horas cantó consignas a la paz y la democracia. Cuando me volteo empieza a lloriquear.
¿Qué quiere que haga? Ya no es igual a otros domingos: nos zampábamos camarones hasta reventar, engullíamos cervezas y le dábamos al jaleo toda la tarde. No había una ficción que se impusiera desde allá afuera: los mazazos de los militares eran mazazos repudiables, la corrupción era comprobadamente cierta y las noticias traían visos de verdad. El mundo parecía una cosa concreta y se podía penetrar en él con sólo abrir la puerta y correr por los cigarrillos.
Sus lágrimas de ahora me fastidian, obedecen a una alteración emocional que también es fingida. Borran la franqueza de sus hoyuelos, congestionan el regazo apetecido, pervierten la respiración. Golpe de ingratitud que se entierra en el alma, que avanza por la circulación como un dolor anónimo. Desde el televisor una voz se altera: “Están disparando, Dios mío... hay muertos, Dios mío... en el aeropuerto reprimen a la gente”. Vista de pájaro en la que todo parece ir de reversa, el humo y las detonaciones sin la consistencia de la corporeidad.
Acaloramiento, ansiedad, la válvula del corazón que truena y esparce la bilis. Hago un último intento, vencer la animadversión, arrimarse; cautela al anudar los hombros, escalar e ir mordisqueando la oreja rojiza. No puedo, ¡por Dios!, aletargamiento de los miembros, flacidez, ruptura que nace en el proceso dialéctico de las ideas. Golpe externo que produce el abismo interior, escudo que principia en la camiseta y se propaga en todas direcciones. Maldigo en voz alta, escupo y la dejo. Resumo en aquel gesto toda la implacabilidad de una voluntad exasperada, impotente. Salto a la calle y corro como un loco, corro, voy hasta donde el ulular de las ambulancias reclama a los heridos.
* * *
Acerca del Autor
Nombre: José Raúl López Lemus
Seudónimo: Antonio López
Título del cuento: ¡Vae Victis!
Nació en San Pedro Sula en 1970. Estudió comercio en el Instituto José Castro López de la comunidad de Cofradía, posteriormente se especializó en Literatura en el Centro Universitario Regional de Norte, donde actualmente imparte clases. Ha ganado el primero y segundo lugar en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán en la rama de cuento y el tercer lugar en el premio de novela Hibueras 2008.