lunes, 13 de diciembre de 2010

Fragmento de la novela “Cave ignis”

Abrir los ojos a la claridad del hospital. No se ha estado soñando por más que uno recuerde las escenas en constante vibración y permuta: blanco, negro; turbio, helado, vivo, muerto. Cómo explicar algo en el que se acumulan los axiomas: recuerdo, sueño, profecía, vivencia. Más parecido a la visión fantasmagórica, pero con la recurrencia de que el que ve nunca es el mismo. El hospital como caja en blanco, segundo piso con la cordillera en los cristales. Dolor que penetra en los pinchazos y la comida sosa. Despertar sin saber cómo se ha ido a parar allí.
Ya no saber por qué se corre. Letreros, intermitencia, mucho humo, murmuraciones en idioma oriental, órdenes en español, multitud de luces que pasan en tropel. Noche lejana en el tiempo y en el espacio. Los rostros acusadores, ovalados, medio ocultos entre las puertas entornadas; la policía repartiendo, enfurruñados, sostenidos en los garrotes y los gases. Me van a apalear, es seguro que quieren desquitarse en alguien… al cerrar los ojos: la enfermera. Trae los antibióticos, un gran jarro con agua. “…tese quieto, hombre; calma, levante la cabeza, por favor.” Agua limpia que renueva las lágrimas. “Paliza que no se la deseo a nadie –dice- pudieron matarle, ¿no tiene usted parientes?, ¿alguien a quién avisarle?” Explicarle desde la fiebre, somnolencia. Soy antes que mi padre y que mi madre y después de mis múltiples hermanos. No se lo digo en voz alta, creerá que los antibióticos y las continuas excoriaciones...
En el reclusorio, la escena cambia a sueño, clamaban: “Es el asesino, él lo hizo, vimos cuando regaba el combustible, ya tenía el fósforo encendido. Entréguenlo a la multitud para sentar un precedente” ¿En qué idioma? Se podía ver el gran rótulo, un murciélago de latón que se desprendía sin ruido. A pesar de las llamas, el calor cortante, el humo oscuro, impulso a querer leer antes del desprendimiento. “Ozone” sin significado en aquel momento. Famoso antro por sus extranjeros y los excesos. Alfabeto inglés, sonido español. Manila, Filipinas, en el archipiélago de… cantidad de muertos… tantos y el video dentro de la computadora que también se iba quemando. “Muy bien, Muchacho. Muy bien, Muchacho, lo has hecho perfectamente”. Realidad alegórica que se trastoca al abrir o cerrar los ojos. Palmaditas en la espalda, como rito de iniciación ya fue suficiente. La computadora entregaba la información, esgrimía los caracteres, como una voz. Detrás de la voz: Fulano de tal. ¿Por qué nadie lo ve, allí está su sitio web? Haciendo el recuento de los daños, ufanándose de las víctimas, paseando entre las camas de la sala de cuidados intensivos. La enfermera y su desgano, tarea de hormiga perezosa. Una visión fresca y sin embargo… los años la habían enterrado. Estar en el pasado, pero sin haber abandonado el presente. El año entraba en la visión ¿o era recuerdo?, 1996. “Reuter: un pavoroso incendio destruyó hoy a las…”
Tres perspectivas en las que los garrotazos con los que la policía dispersaba la multitud se atenuaban: la blandura del hospital, firme presente; la huída por las calles de Manila, recuerdo; y el reclusorio, detrás del sueño recurrente, futuro. Fulano de tal abarcando todo, su gran voz: “voy a sacarte de allí, Muchacho, no te preocupes”. “¿De dónde?”, dice el doctor que me vigila ¿Y dónde estoy? “Es el hospital del estado, Mario Rivas –concretiza- en plena ciudad de San Pedro Sula”. Lo sabía, por los cruzamientos irreales, esas fatigas en las que la mente se debate. Ensopado por el sudor aunque las cobijas sean tan delgadas que la luz las transparenta. Ojos filipinos por todas partes, abrumados por el humo que invade las calles, por el acontecimiento que no creen todavía. Es el incendio más tenebroso, fatal, según los gritos y la movilización de los bomberos. La policía acusando a todos los que tienen fósforos en su haber, a falta de alguna prueba mejor. Reprimen. “¿Quién lo hizo?, ¿alguno vio algo sospechoso?, necesitamos toda su ayuda” En inglés, “Where are you from”.
“I am…” La enfermera. “Podrían haberlo estrangulado, fíjese en el cuello, los hematomas y todo eso”. El doctor. “Preocupan las heridas, los golpes por todas partes, le sonaron bárbaramente”. Entre los dos me devuelven al reclusorio, al sueño que no tiene principio. Enfrente está el que me ha denunciado. Cara de mandril, redonda, arqueado. Cerrar bien los ojos para verlo bien. El gran congestionamiento, los hombres que me persiguen y el garrotazo con el que consiguieron que me detuviera. Las cervezas eran lo único insoportable. ¿Cómo pueden creer que yo fui capaz de hacer algo así? En el sitio Web de Fulano de tal aparecen las fotografías, el estruendo de las llamas acompaña a los que quedaron adentro. No pesar, no dolor, por las víctimas, aquellos que se quitan del camino de la inocencia. ¿En qué me estaré convirtiendo? El doctor. “Está tan cansado y débil”. La enfermera. “Se consume en la fiebre y la inquietud, como si tuviera fuego por dentro”. El doctor. “Póngale un calmante, que se duerma… Ya veremos después”. La enfermera. “A sus órdenes, señor”. Con malicia, llevar a cabo su relación en secreto, un guiño para ponerse de acuerdo. La jeringa traspasa la piel, empuja los párpados a cerrarse. El hospital aparece de la nada porque el cuerpo no está en ninguna parte. “Muchacho, Muchacho, deja ya de fingir tanta inocencia”.
Todo es tan fácil, basta atarse a las consecuencias. Las imágenes hablan, literalmente. Fulano de tal permite soñar o ver el sitio prohibido si se ha participado de alguna de sus atrocidades. Rara vez alguien consigue familiarizarse con la dirección electrónica. No existe porque cada vez que se ingresa es distinta o es creación del momento, síntoma de la voluntad atada. Grandes archivos con todos los detalles. Sumarios, sospechas, el informe cabal de los bomberos. Errores por doquier, candados que debieron permanecer sin trancar, los extintores desaparecidos, salidas de emergencia taponadas y qué decir del cortocircuito que siempre salva la situación. Falacia, Muchacho lo entiende de esa manera. Fuego por aquí, fuego por allá. Yo creo en Fulano de tal, siempre está involucrado, es su forma de ir purificando al mundo.

viernes, 19 de febrero de 2010

Concurso de cuento contra el golpe, Honduras

Reunidos, chat mediante, Carlos Rodríguez, Gustavo Campos y Giovanni Rodríguez, miembros del jurado calificador del I Premio de Relato Corto mimalapalabra 2009, y habiendo releído y evaluado los cinco trabajos finalistas (de entre un total de 15 relatos recibidos de 12 participantes), decidimos otorgar el premio al relato titulado “¡VAE VICTIS!”, presentado con el seudónimo Antonio López por el autor José Raúl López Lemus.
Consideramos que el relato “¡VAE VICTIS!” refleja muy bien, a través de un episodio amoroso de sentimientos encontrados, la actual situación política de Honduras (tal como se especificaba en las bases del premio), en la cual todos se ven, en determinado momento, forzados a participar de la manera que sea en eso que se llama realidad, con un personaje que aunque siente que “la libertad a veces se parece al amor”, no está dispuesto a dejarse engañar y a quedarse ahí, con su novia, partidaria de aquello a lo que él se opone, mientras “afuera llueve sol y hay gritos”, porque él no quiere ser de los verdaderos vencidos, los que han escogido “la servidumbre y la comodidad”.
A pesar de que la participación en el premio no fue precisamente abrumadora y a pesar también de las condiciones en que decidimos llevar a cabo esta idea, ha resultado gratificante hacerlo y confiamos que para la próxima edición, que será convocada el 2010 en otro género y con libertad temática, estaremos ya consolidando el Premio mimalapalabra como una alternativa más a la escasa oferta de premios literarios en Honduras

¡VAE VICTIS!

Mi novia está allí adosada a la cama. Su torso refulge entre el claroscuro del rincón, ¿Está desnuda o no se ha soltado su camiseta blanca? Espera infinita, desaliento, resquemor. No se le ve el rostro, pero digamos que sonríe. La postura digna y de refilón, el orgullo de haber recorrido calles, con una bandera a cuestas. Me separan de ella los trastos insufribles de todo cuarto de soltero, sin incluir periódicos como mamparas y los libros. Sí, los libros. Esa montonera de páginas que gritan en la cara de uno muerte y sedición: Kafka de bruces contra la mesita de noche; Benedetti asombrado, suerte de equilibrista, en el lomo del sofá. George Orwell borracho de abandono, contendiendo con el ventilador eléctrico, Coetzee espatarrado entre el desierto del piso...
Bueno, está allí y espera que los gañidos del colchón me arranquen de la ventana.
“Por lo menos deberías encender el TV”, dice. Se encoge y en aquella contorsión percibo el peligro. Una mujer que sabe materializar la veleidad cuando se lo propone. Afuera llueve sol y hay gritos. Una ciudad aprisionada por los propios edificios y hombres encandilados que se corean y alzan los brazos. En el televisor es la misma sensación, un cubo en el que estamos atrapados. Alguien habla: “Uno cree que ya lo ha visto todo, hasta que vienen unos hijos de puta, secuestran por la noche al presidente del país y...”. Finjo mirar hacia la corriente de cabezas que siguen el bulevar, tiznados por el humo de las llantas, aviesos.
¿Qué siento cuando me rodea por la espalda y me besa la base del cráneo? Porque la libertad a veces se parece al amor. Tal vez la hostilidad hacia ella provenga del sudor que produce la camisa impecable que lleva puesta. (Logotipo de una empresa importante, banderita, mínimo slogan). Ojos advenedizos que se imaginan dulces, aliento tibio. “Está bien”. Damos tumbos mientras rodeamos los pertrechos del cuarto porque los cuerpos han perdido la armonía.
La cama ya no gruñe cuando rodamos aunque la caída es aplastante. Un corazón en discordia que cabrea cerquita del cuello, apretarse para que la piel adquiera la llama. El televisor de nuevo: “No es un golpe contra la democracia, es un golpe contra la inteligencia”. Quieren disponer de un país hecho a imagen y semejanza de sus artificios en el que el confort hace bajar la cabeza fácilmente. Distracción para ir creando una nueva realidad con todo y los puntos contradictorios.
Estamos enfrascados, buscando de nuevo las coincidencias. No se trata de la razón o el amor, ella ha escogido la servidumbre y la comodidad, por eso resiente los embates contra lo superfluo de su naturaleza. Los susurros no nos tranquilizan, ni la forma como me toca o la escoriación, por encima se impone el encono; la rivalidad que estriba precisamente en sobreponerse al acto individual. Trata de abarcarme, va acercando su boca, los muslos que atosigan. No sé por qué huyo, me niego a la tortura de su lengua. Huele bien aquella boca que hace pocas horas cantó consignas a la paz y la democracia. Cuando me volteo empieza a lloriquear.
¿Qué quiere que haga? Ya no es igual a otros domingos: nos zampábamos camarones hasta reventar, engullíamos cervezas y le dábamos al jaleo toda la tarde. No había una ficción que se impusiera desde allá afuera: los mazazos de los militares eran mazazos repudiables, la corrupción era comprobadamente cierta y las noticias traían visos de verdad. El mundo parecía una cosa concreta y se podía penetrar en él con sólo abrir la puerta y correr por los cigarrillos.
Sus lágrimas de ahora me fastidian, obedecen a una alteración emocional que también es fingida. Borran la franqueza de sus hoyuelos, congestionan el regazo apetecido, pervierten la respiración. Golpe de ingratitud que se entierra en el alma, que avanza por la circulación como un dolor anónimo. Desde el televisor una voz se altera: “Están disparando, Dios mío... hay muertos, Dios mío... en el aeropuerto reprimen a la gente”. Vista de pájaro en la que todo parece ir de reversa, el humo y las detonaciones sin la consistencia de la corporeidad.
Acaloramiento, ansiedad, la válvula del corazón que truena y esparce la bilis. Hago un último intento, vencer la animadversión, arrimarse; cautela al anudar los hombros, escalar e ir mordisqueando la oreja rojiza. No puedo, ¡por Dios!, aletargamiento de los miembros, flacidez, ruptura que nace en el proceso dialéctico de las ideas. Golpe externo que produce el abismo interior, escudo que principia en la camiseta y se propaga en todas direcciones. Maldigo en voz alta, escupo y la dejo. Resumo en aquel gesto toda la implacabilidad de una voluntad exasperada, impotente. Salto a la calle y corro como un loco, corro, voy hasta donde el ulular de las ambulancias reclama a los heridos.
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Acerca del Autor
Nombre: José Raúl López Lemus
Seudónimo: Antonio López
Título del cuento: ¡Vae Victis!
Nació en San Pedro Sula en 1970. Estudió comercio en el Instituto José Castro López de la comunidad de Cofradía, posteriormente se especializó en Literatura en el Centro Universitario Regional de Norte, donde actualmente imparte clases. Ha ganado el primero y segundo lugar en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán en la rama de cuento y el tercer lugar en el premio de novela Hibueras 2008.